Por Víctor Longares Abaiz
En
los artículos anteriores (Los campos de concentración de Franco I y Los campos de concentración de Franco II) hablamos de los campos de concentración donde el
franquismo confinó a los enemigos del régimen. Nos hemos centrado en los varones,
porque sobre los campos masculinos se conserva mucha más información.
Sin embargo, no podemos dejar de hablar de las mujeres y los niños, que también
sufrieron la represión franquista, muchas veces solo por ser familia de los
prisioneros.
Vamos a ver aquí cuáles fueron las consecuencias de la represión franquista en las mujeres y los niños.
LA
REPRESIÓN CONTRA LAS MUJERES
El
franquismo cultivó un especial odio a las mujeres. La emancipación conseguida en
los años de la República y su papel esencial como milicianas en la guerra
concitó un gran rencor en los sublevados. En junio de 1939, José Vicente Puente
escribió un artículo en el diario Arriba, que tituló “El rencor de las
mujeres feas”, en el que se acusaba a las mujeres de izquierdas de feas que
quisieron vengarse de las guapas y de los hombres que las rechazaron,
asesinando a unas y a otros.
El pensamiento franquista rebajaba a las mujeres a una posición subordinada al hombre, tal como escribió Pilar Primo de Rivera, presidenta de la Sección Femenina: "Las mujeres nunca descubren nada; les falta, desde luego, el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles, nosotras no podemos hacer más que interpretar, mejor o peor, lo que los hombres nos dan hecho. La única misión asignada a la mujer en las tareas de la Patria es el hogar".
Desde esta visión denigrante de la mujer en
general y con el odio y rencor que se tenía hacia las mujeres del otro bando en
particular, ni siquiera se las consideró dignas de albergar campos como los
hombres. Fueron recluidas en edificios públicos, calabozos improvisados y todo
tipo de recintos sin habilitar. Muchas veces, su único delito era el de ser
esposa, madre o hermana de “rojos”. Además de ser torturadas y violadas, se les
rapaba la cabeza y se les paseaba desnudas o vestidas con un saco por las
calles, tras haberles obligado a ingerir aceite de ricino para que se hicieran
sus necesidades encima.
Si estas mujeres eran detenidas estando embarazadas o tenían niños de muy corta edad, muchas veces veían cómo sus bebés morían por inanición o enfermedad. En muchos otros casos, los niños les eran robados para ser dados en adopción a familias ricas o simplemente internados en los campos de menores, donde sufrían hambre y todo tipo de vejaciones y abusos.
Una novela que explica muy bien el sufrimiento de estas madres es La voz dormida (Dulce Chacón, 2002), que fue magistralmente llevada al cine en 2011, por Benito Zambrano.
NIÑOS PRISIONEROS
Los centros de internamiento para menores se llenaron de huérfanos, hijos de represaliados y niños encerrados por cometer delitos como robar comida. También mandaron a esos centros muchas familias pobres, con la esperanza de que tuvieran una vida mejor que la que ellos podían darles. Estos centros dependían del Consejo Superior de Protección para Menores y del Patronato de Protección de la Mujer, para los que se tomó como modelo, una vez más, la Alemania de Hitler.
En estos centros sufrían abusos sexuales, palizas, torturas… Se les limitaba el agua al día, se les daba comida podrida o con bichos y piedras, sufrían pinchazos, eran golpeados con varas e incluso se les obligaba a comerse su propio vómito. Algunos recuerdan cómo les obligaban a comerse renacuajos vivos, les lavaban la boca con jabón si se les escapaban palabras en catalán o los paseaban por el patio desnudos, con la sábana en la cabeza, si se orinaban en la cama por la noche. Los niños que no se sometían a la disciplina impuesta eran ingresados en psiquiátricos. Allí, además de sufrir las vejaciones ya descritas, eran sometidos a descargas eléctricas, inyecciones de trementina, camisas de fuerza o celdas de aislamiento.
La vida en estos centros ha sido explicada magistralmente en las novelas gráficas Paracuellos, del historietista Carlos Giménez, basadas en experiencias sufridas en los ocho años que pasó de niño en estos lugares.
Aquí, también las niñas sufrían más que los
varones. Algunas recuerdan cómo se les rasuraba el pelo, desfilaban desnudas
hacia las duchas o tenían que secarse todas con la misma toalla. Si el
principal castigo para los niños era ser golpeados en el trasero desnudo, a las
niñas se les vertía cera en las palmas de las manos o se les quemaba el trasero
con cerillas. Las niñas también eran sometidas a trabajos forzados, ya que
cosían ropa para El Corte Inglés, una de las empresas que más trabajo
esclavo infantil recibió.
Muchos de estos centros fueron construidos por Auxilio
Social. Los niños más pequeños apenas tenían unos pocos meses, saliendo del
centro con la mayoría de edad. Al igual que sucedía con los hombres y las
mujeres, estos niños eran adoctrinados en el patriotismo y el
nacionalcatolicismo. La Iglesia se implicó mucho más en esta labor, siendo
transferidos muchos centros a órdenes religiosas. El mismo tipo de
abusos se dio en muchos hospitales para tuberculosos.
Logo de Auxilio Social
Por último, se encontraban los preventorios,
donde eran internadas jóvenes que habían quedado embarazadas o que se
consideraba que tenían una vida no acorde con la moral que el nacionalcatolicismo
reservaba a la mujer. En esos centros, la vida era igual que en los
anteriormente descritos, estando las violaciones a la orden del día. Los niños
nacidos en estos preventorios, al ser rechazados por la familia de la interna,
eran derivados a los centros de menores de Auxilio Social o dados en adopción a
familias ricas.
En todo el estado español hubo centenares de centros de menores, hospitales para tuberculosos o preventorios, de los que es difícil investigar, dado que también ha desaparecido documentación y que mucha está en poder de órdenes religiosas, que no la facilitan. Si disponemos de poca información de los campos de concentración masculinos, es casi inexistente la que disponemos de estos otros centros. Sigue sin ser fácil acceder a ella, pues no es algo que solo se diese en el franquismo, sino que este tipo de internamientos continuaron en democracia. Todos estos centros fueron abolidos por la Ley de Reforma de Tribunales Tutelares de Menores, promulgada en 1979. Sin embargo, el proceso de cierre de estos centros se alargó hasta 1985.
PARA SABER MÁS
A continuación, mostramos un listado de obras que tratan sobre los campos de concentración de Franco, las prisiones franquistas de mujeres y la represión que los niños sufrieron en los centros de internamiento. La obra de Dulce Chacón es una novela y los libros de Carlos Giménez son novelas gráficas. El resto de las obras son trabajos de investigación.
Armengou, Montse y Belis, Ricard (2016). Los internados del miedo. Now Books.
Chacón, Dulce (2002). La voz dormida. Alfaguara.
Giménez Giménez, Carlos (1976-2022). Paracuellos. 9 volúmenes. Reservoir Gráfica.
Heredia Urzáiz, Iván (2019). Encarceladas. Historia de las cárceles de mujeres de Zaragoza (1936-1954). Mira Editores.
Hernández de Miguel, Carlos (2019). Los campos de concentración de Franco. Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas. Ediciones B.
Lafuente, Isaías (2018). Esclavos por la patria. PlanetaDeLibros.
Rodrigo, Javier (2003), Los campos de concentración franquistas. Entre la Historia y la memoria. Siete Mares.
Rodrigo, Javier (2005), Cautivos. Campos de concentración en la España franquista, 1936-1947. Crítica.
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