Por Víctor Longares Abaiz
UNA HISTORIA AÚN POCO CONOCIDA
Todos
conocemos la existencia de los campos de concentración en la Alemania nazi e
incluso trágicas historias de algunas personas que allí estuvieron, como Ana
Frank o Primo Levi. Sin embargo, muchos no saben que en España hubo campos de
concentración similares, que fueron ideados muchas veces a imitación de los
alemanes. Hubo dirigentes franquistas, como Serrano Suñer, que visitaron los
campos alemanes, para conocer de primera mano la eficacia del sistema nazi.
También está documentada la presencia de miembros de la Gestapo en el
adiestramiento de las fuerzas policiales españolas. En Alemania se construyeron campos a los pocos meses de subir Hitler al poder (el campo de Dachau, el primero de todos, empezó a funcionar el 22 de marzo de 1933). La eficacia de los métodos de eliminación del enemigo que pusieron en práctica los alemanas hizo que el franquismo quisiera imitar ese modelo en España.
Según el investigador Carlos Hernández de Miguel, sobre este asunto “hubo una destrucción masiva de documentación y la que hay está muy dispersa.” Esto se debe a que la dictadura intentó hacer desaparecer cualquier evidencia de la existencia de estos campos. Así, algunos antiguos campos, en la actualidad, son hospederías, otros institutos de enseñanza secundaria, algunos han sido desmantelados y no queda ningún rastro de lo que antes hubo allí y también los hay que, una vez derribados, se realizaron construcciones en esos lugares para ocultarlo. Bastantes de ellos, aunque se sabe de su existencia, se desconoce su ubicación exacta. Tal como dice este investigador, tras la guerra, “España se convirtió en un gigantesco campo de concentración”.
FUNCIONAMIENTO DE LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN
En
los campos de concentración se separaba a los presos en tres grupos:
Enemigos irrecuperables, que debían ser fusilados de inmediato, generalmente dentro de los propios campos. Algunos de estos eran condenados a largas penas en cárceles abarrotadas, en las que muchos morían de hambre o enfermedades.
Enemigos que podían ser “reeducados”, que se mantenían en los campos, sufriendo todo tipo de humillaciones y siendo obligados a trabajar como esclavos.
Los considerados “afectos” al régimen, que eran incorporados al ejército franquista o puestos en libertad condicional.
Los presos recibían adoctrinamiento franquista y católico. En algunos campos, se les entregaba un libro donde se les indicaba: “Aspiramos a que unos salgáis espiritual y patrióticamente cambiados, otros, con estos sentimientos revividos y todos, viendo que nos hemos ocupado de enseñaros el bien y la verdad.”
La “reeducación” franquista empezaba con la sustracción de todos sus objetos personales, el corte de pelo al cero y el movimiento constante a golpe de corneta y porra. Formaban tres veces al día, cantando el Cara al Sol y otros himnos franquistas, rendían honores a la bandera rojigualda con el saludo fascista y recibían charlas de adoctrinamiento, una hora por la mañana y otra por la tarde. La Iglesia jugó un papel fundamental y colaboró plenamente con el régimen franquista en esta reeducación, prestándose muchos sacerdotes a realizar las charlas de adoctrinamiento. También tenían con mucha frecuencia misas de asistencia obligatoria.
REDENCIÓN DE PENAS POR EL TRABAJO
Con
un cinismo muy característico del franquismo, el Decreto 181 de 1937
decía en su preámbulo que había que garantizar “el derecho al trabajo que
tienen todos los españoles no ha de ser regateado por el nuevo estado a los
prisioneros y presos rojos.”
Por eso, se ideó un sistema que permitía utilizar a los presos como mano de obra esclava. El general Agustín Muñoz Grandes, dijo en febrero de 1940: “Lo que urge es rehacer el suelo patrio, deshecho brutalmente por las hordas marxistas que, impotentes para contener nuestro avance arrollador, solo con la destrucción y el crimen pudieron satisfacer el inconcebible espíritu satánico que había de probar bien a las claras qué poco les importaba España.”
Este sistema de mano de obra esclava, que ha sido comparado por historiadores como Francisco Moreno Gómez o Julián Casanova Ruiz con la condena a galeras de la Antigüedad, fue idea del jesuita José Agustín Pérez del Pulgar, a quien Franco colocó al mando del Patronato Central de Redención de Penas.
Así, con la inestimable colaboración de la Iglesia, la nueva España era reconstruida por esclavos que habían sido destinados a esos trabajos, sin juicio alguno, únicamente por sus ideas. Solo en Aragón, los esclavos reconstruyeron poblaciones como Mediana de Aragón, Teruel, La Puebla de Híjar, Torrevelilla, Huesca, Sabiñánigo, Fraga o Belchite. Con mano de obra esclava se horadó el túnel de la Sierra de Alcubierre en Castejón de Monegros, se repararon las carreteras de Bisaurri, Benasque, Castejón de Monegros, Lascuarre y Canfranc, se excavaron acequias en Zuera, se construyeron los pantanos de Barasona, Mediano y Guara y se completó el Canal de las Bardenas. También se beneficiaron de esta esclavitud del siglo XX empresas como la fábrica de amoníacos de Escalona, Maquinista y Fundiciones del Ebro o Minas y Ferrocarril de Utrillas.
Durante
la guerra y la postguerra, el franquismo levantó en todo el estado español casi
300 campos de concentración oficiales, por los que pasaron entre 700.000 y 1
millón de personas. Aparte de los campos oficiales (los que en los documentos
del régimen aparecen con este nombre), hubo infinidad de recintos destinados a
confinar, torturar, interrogar y castigar a presos políticos y prisioneros de
guerra. Debemos tener en cuenta que ninguno de estos presos había sido juzgado.
Los campos de concentración estaban pensados para humillar y denigrar al enemigo. La nueva España que construía Franco ocultaba al mundo estructuras donde se hacinaban entre 100 y 200 personas en barracones de madera y tejado de uralita de 5 por 24 metros. Se les hacía pasar hambre y sed hasta la extenuación, se les humillaba, se les daban palizas sin ningún motivo y se les mantenía en condiciones de total insalubridad. La mayoría eran recintos improvisados al aire libre, aunque también se utilizaron instalaciones y edificios ya existentes.
Los primeros campos de concentración se empezaron a construir poco después de comenzar la guerra, por orden del propio Franco, que mandó a sus generales el 20 de julio de 1936: “Organizarán campos de concentración con los elementos más perturbadores, que emplearán en trabajos públicos, separados de la población.” El sistema de campos de concentración se creó a imitación de la Alemania nazi, aunque de una manera muy improvisada y chapucera, algo que en muchas ocasiones repercutía negativamente en la vida de los presos. Este sistema finalizó en enero de 1947, año en que cerró el de Miranda de Ebro.
En esos campos se investigaba a los presos, pidiendo información a alcaldes, curas y guardias civiles de la zona en que vivían. Después, se seleccionaba a los que pasaban a formar parte de los batallones de trabajadores. Los pantanos, carreteras y todas las obras públicas que el dictador presumía haber construido en el NODO habían sido levantados con mano de obra esclava, con la que esas empresas amigas del régimen aumentaban considerablemente sus beneficios. Quienes no formaban parte de estos batallones, acababan siendo asesinados o internados en cárceles.
La brutal represión que se ejerció sobre los enemigos se repartió por toda la geografía del estado, tanto en la metrópolis como en las colonias. De ese modo, en Andalucía hubo 52, el País Valenciano albergó 41 Castilla La Mancha llegó a tener 38, Castilla y León 24 y Aragón 18. Esta clasificación de la vergüenza y el horror continúa con Extremadura (17), Madrid (16), Catalunya (14), Asturias (12), Galicia (11), Murcia (11), Cantabria (10), Euskadi (9), Baleares (7), Canarias (5) Navarra (4), La Rioja 2 y Ceuta y las antiguas colonias españolas en África (5 campos africanos en total).
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