Por Daniel Lerín (@Danilerin)
Muchos países lucen
con orgullo sus edificios de gobierno y parlamentos representativos. Siglos de
historia exhibidos, con sus éxitos y fracasos, o construcciones de nueva
edificación con un alto valor simbólico. Desde el ejemplo paradigmático del
Palacio de Westminster, gloria británica, con su estilo gótico victoriano y el
majestuoso Big Ben, o el Reichstag alemán, incendiado por los nazis en 1933,
fue renovado totalmente en 1990 por Norman Foster. Tenemos en China el Gran
Salón del Pueblo, construido en tan solo diez meses para conmemorar el décimo
aniversario de la República Popular. O el Parlamento de Sri Lanka, edificio
construido a principios de los años ochenta, a orillas de un lago, con un techo
que brilla gracias a 20.000 paneles de aluminio. Y en su momento, la
megalomanía de Ceaucescu en Rumanía, con un Palacio del Parlamento que se
consideraba el edificio administrativo civil más grande del mundo.
Podemos bajar nuestra escala para seguir comparando. En los países de la antigua Corona de Aragón, tenemos el caso valenciano, con dos edificios de mucha personalidad histórica. El Palau de la Generalitat alberga el poder ejecutivo de este territorio, en un espacio artístico de gran valor, del siglo XV, estilo gótico, sede histórica hasta 1705 de la Diputación del General del Reino de Valencia. El parlamento tiene su sede en el Palacio de Benicarló o de los Borja, una mansión de la alta aristocracia. En las Islas Baleares, el gobierno tiene su sede en el Consulado del Mar, una institución jurídico-mercantil que regulaba el comercio del Mediterráneo, mientras que el parlamento se ubica en el edificio del antiguo Círculo Mallorquín, una construcción del siglo XIX. Y en Cataluña, la sede del gobierno continúa en la misma institución que lo construyó, el Palau de la Generalitat, en pleno casco histórico de Barcelona, un edificio de comienzos del siglo XV. El parlamento catalán se ubica en un palacio del siglo XVIII, un recinto con función militar para dominar la ciudad condal tras la Guerra de Sucesión.
En Aragón, el Palacio de la Aljafería es la sede de las Cortes desde 1987, un edificio del siglo XI, el “Palacio de la Alegría”, residencia de los reyes hudíes de Saraqusta, una joya de la arquitectura musulmana que también fue hogar de Pedro IV el Ceremonioso y fortaleza militar. La sede del poder ejecutivo se encuentra en el Palacio Pignatelli, un edificio histórico de finales del XVIII, la Real Casa de Misericordia, aunque la Diputación General de Aragón tuvo su alojamiento histórico en las denominadas Casas del Reino. ¿Has oído hablar de ellas alguna vez?
Este breve trabajo se ha basado fundamentalmente en el documentado estudio de Carlos Bitrián, Lo que no (solo) destruyeron los franceses. El ocaso del Palacio de la Diputación del Reino de Aragón, 2015, Institución Fernando el Católico. Las referencias son siempre de este libro. Otro trabajo recomendado es el de Chesús Giménez Arbués y Guillén Tomás Faci, titulado “Imágenes inéditas de la sede de la Diputación del Reino”, en Aragón Turístico y Monumental, volumen 81, de 2006.
El palacio de la Diputación del General del Reino de Aragón era un extraordinario monumento político. Un edificio que trascendía lo artístico y se ponía al servicio de la memoria histórica. Era un centro de interpretación del Reino de Aragón, con la galería de reyes, la distribución espacial de sus instituciones, los retratos de los Justicias o las escenas reproducidas que explicaban su conformación geográfica (p. 12). El arquitecto Chueca Goitia lo definió como la “gloria de la arquitectura civil aragonesa” y “ejemplar de incalculable valor” (Arquitectura del siglo XVI, Madrid, 1953).
El edificio se organizaba a través de un gran patio central, con un interior de ricas techumbres que ayudaban a dar relevancia a todos los espacios principales. El palacio tenía sus particularidades ya que conformaba un conglomerado arquitectónico, asociado a la antigua muralla, la Puerta del Ángel y la iglesia de San Juan del Puente. Las famosas reproducciones históricas de la ciudad de Zaragoza son una muestra muy clara de este imponente monumento, tanto Anton van den Wyngaerde en 1563 como Juan Martínez del Mazo en 1647 nos dejaron un testimonio perfecto de este espacio (p. 21).
El magnífico trabajo de investigación y documentación de Carlos Bitrián esclarece la triste realidad de este edificio que, efectivamente, fue atacado por el ejército francés durante el segundo sitio de Zaragoza (27 de enero de 1809), quedando muy dañado, pero fue la desidia posterior de las autoridades locales y estatales, la que provocó su abandono, pillaje y ruina definitiva. Los deseos del Arzobispado sobre el solar y el palacio, harían el resto.
Tras el incendio de 1809 el piso bajo debió conservarse en bastante buen estado. Del edificio se conservan en la actualidad las piedras armeras, gracias a la labor de protección del Ayuntamiento. El Ángel Custodio que se encuentra en el Museo de Zaragoza, pudo llegar a presidir la Puerta del Ángel (p. 35). Más allá de esto, debía haber bienes dispersos por muchos sitios, tanto de los usados por la Audiencia como por otras instituciones con sede en este palacio, como la Cofradía de San Jorge. Algunos retratos de los reyes de Aragón -pintados por Felipe Ariosto- que se conservaban en la Sala de San Jorge sobrevivieron al fuego (p. 39), una información muy valiosa para determinar que no todo se quemó, que quizá hubo expolio y pillaje.
¿Cómo se conservaron algunos de los fondos documentales? Se sabe que la documentación que se salvó del incendio fue muy superior respecto a la que nos ha llegado (Diego Navarro Bonilla, “Vicisitudes históricas de la documentación procedente del antiguo palacio de la Diputación del Reino de Aragón”, Cuadernos de Aragón, 2000). Se quemó ex profeso mucha documentación relacionada con la Inquisición y también hubo venta de esos kilos de papel en subasta (pp. 36-37).
Es curioso, pero la Real Audiencia, que antes del incendio se alojaba en el Palacio de la Diputación, solicitó una nueva sede tras la ocupación napoleónica y, para ello, creía que lo más conveniente era el Palacio de los Luna, en el Coso. Otra opción que se valoraba era el Palacio de Villahermosa, en la calle de Predicadores, que había servido de máxima autoridad judicial con el dominio francés. El caso es que parecía renunciar a restaurar lo que quedaba del Palacio de la Diputación. La Audiencia terminó en el palacio del Coso. La historia no acaba aquí. En 1822, a través de su jefe político, solicitan volver a la antigua Diputación del Reino (pp. 40-46).
El Arzobispado de Zaragoza pasará al ataque para reclamar un espacio con el que había mantenido litigios. Ya en 1818 se reclama un nuevo edificio para el Seminario Conciliar, solicitando la posible rehabilitación de las Casas del Reino. Pero el palacio fue usado como cantera y eso significaba expolio, pillaje y abandono. En 1828, Fernando VII visita Zaragoza y la Archidiócesis vuelve a presionar y ante la pasividad de la Real Audiencia, que se desentendió del edificio, la Iglesia tenía el camino allanado para apropiarse del solar.
El expediente de la propuesta deja algunos guiños a la memoria histórica aragonesa, como la exposición de uno de los oidores del tribunal, Jerónimo de la Torre de Trasierra, que se oponía a que las Casas del Reino se reconvirtieran de manera definitiva en la sede arzobispal zaragozana. Argumenta de forma interesante, ya que considera el Palacio de la Diputación como un dominio histórico del Reino de Aragón y un patrimonio político de todos los aragoneses. Jerónimo planteaba la necesidad de rehabilitarlo, como centro funcional de los poderes del Reino (pp. 55-56).
Durante el Trienio Liberal (1820-1823), el ayuntamiento permitió instalarse a una estanquera y un carpintero en unos cuartos en la zona del palacio cercana a la puerta del Ángel. El asunto no terminó muy bien, entre acusaciones de expolio y asuntos amorosos entre la estanquera y el capellán de la ciudad (pp. 48-49). En septiembre de 1830 se consuma la cesión del edificio al Arzobispado para la construcción del Seminario Conciliar.
El famoso incendio de los franceses no debió alterar mucho la estructura del edificio, tal y como se atestigua en diferentes grabados de la época (Louis-François Lejeune, en 1809, o Edward Hawke Locker, en 1813), en los que se observa el cuerpo principal del palacio, con la Puerta del Ángel y el espacio entero de la Sala de San Jorge. Faltaba la cubierta pero su apariencia exterior no denotaba sensación de derrumbe ni mucho menos.
Otro valioso documento sobre el exterior del palacio lo tenemos en un dibujo procedente de la colección de Valentín Carderera, en el que se observa una buena conservación del pórtico que se ilustra (p. 70).
El destino de la Puerta del Ángel fue la piqueta. Tenía serios daños estructurales y esto fue confirmado por los sucesivos informes que se hicieron sobre su estado. El Ayuntamiento era bastante reticente a su derribo. Se trataba de la puerta de entrada más antigua de Zaragoza, por lo que en 1828 se ejecuta una reparación de la misma. Para 1842, hay un proyecto para reedificar la puerta, con el objetivo de ensanchar y mejorar su acceso, conservando todos sus elementos distintivos, como el escudo de Zaragoza, flanqueado por las barras de Aragón y la cruz de Alcoraz. Pero no había dinero para tan magna reforma. El caso es que en 1845 se ejecuta el derribo. La bóveda que cubría la puerta amenazaba ruina.
La iglesia de San Juan del Puente comienza a derribarse en 1842. La desidia en forma de campana, la que convocaba a Cortes en la antigua Diputación, sobre el rafe de la Iglesia, y que en 1867 se encontraba en el matadero de carnes de la ciudad, y que tal vez acabó en El Pilar (p. 102).
Un estudio arqueológico podría determinar con exactitud el aprovechamiento de las estructuras de las Casas del Reino, tal y como se observa en las crujías paralelas hacia el Ebro -sillares, muros, inscripciones antiguas-. Pero no parece que haya mucho interés en el tema.
Como se puede observar, nada o muy poco nos queda de tan magno edificio y entorno. Muchos claroscuros para un relato oficial que habla de destrucción total por parte del ejército napoleónico. No fue así ni mucho menos. Demasiados intereses se unieron para hacer desaparecer este fastuoso monumento. La desidia y un contexto absolutista, que quería borrar cualquier vestigio del Aragón foral, del antiguo Reino, fue determinante. Esta es la historia de las Casas del Reino. Ahora toca reflexionar sobre todo lo que tiene que ver con protección patrimonial y memoria histórica.
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