Entre 1936 y 1939, más de medio millón de ciudadanos del estado español tuvieron que huir a Francia, por causa de la guerra. Allí, fueron internados en campos de refugiados, que consistían simplemente en recintos vallados en las playas del sur, donde sufrieron hambre y enfermedades. Muchos de ellos fueron obligados a alistarse en la Legión Extranjera y otros fueron distribuidos para realizar tareas agrícolas y otros trabajos que habían sido abandonados por los franceses que estaban luchando en el frente.
El 25 de septiembre de 1940, Ramón Serrano Suñer, ministro de Exteriores de Franco, se reunió con Adolf Hitler y Heinrich Himmler, pactando el traslado de todos los españoles a los campos de concentración nazis. Franco se había negado a considerar españoles a estos exiliados (“no hay españoles fuera de España”, dijo), por lo que, a la calificación de “extranjeros indeseables”, dada por el gobierno colaboracionista de Vichy, añadieron la de “apátridas”, dada por los nazis.
En plena retirada nazi de territorio francés, el campo
de concentración de Le Vernet fue disuelto el 30 de junio. Los 403 detenidos fueron enviados a la prisión de la Casserne Cafarelli (Toulouse), de la que
salieron 576 prisioneros hacia la estación de mercancías de Raynal, el 2
de julio. Allí se añadieron otros 150 presos de la prisión de Saint-Michelle
y 24 mujeres más.
Un tren partió del campo de concentración de Le Vernet el 3 de julio de 1944, transportando más de 700 presos, con los campos de concentración de Dachau (los hombres) y Ravenbrück (las mujeres), como destinos.
Se dirigió hacia Burdeos, con la intención de llegar a París y, de allí, pasar a Alemania. Sin embargo, durante el trayecto sufrieron sabotajes de la Resistencia y el mal estado de las vías, provocado por estos mismos ataques y por los bombardeos de los aliados. En Angulema, los vagones fueron tiroteados, mientras la ciudad era bombardeada. Los nazis decidieron emprender el regreso a Toulouse, para cambiar el trayecto. En Burdeos, internaron a los hombres en la sinagoga y a las mujeres en la Caserna de Boudet. Tras 28 días hacinados en malas condiciones higiénicas, sin casi comida ni agua y sufriendo malos tratos, fueron otra vez conducidos al tren, el 9 de agosto, con 160 prisioneros más.
Continuaron su viaje con más cambios de rumbo, siendo conocido el convoy como “Tren Fantasma”, pues nadie sabía por dónde pasaba. En Roquemaure, los aliados habían volado el puente. Los prisioneros fueron obligados a andar los 18 kilómetros que hay hasta la estación de Sorgues, bajo el calor de agosto. Allí, la población les llevaba comida y agua y algunos aprovecharon para escapar. Tomaron un nuevo tren, que los llevó a Montelimar. Allí, dejaron a los cadáveres a la Cruz Roja, que también consiguió quedarse con algunos heridos.
El 28 de agosto, el tren llegó a Dachau, donde bajaron a los prisioneros varones. Las mujeres continuaron el trayecto hasta el campo de Ravenbrück.
De los más de 700 prisioneros que había en el “Tren Fantasma”, 33 eran aragoneses (28 hombres y 5 mujeres). Ocho de ellos, no sobrevivieron a la guerra. Fueron los siguientes:
Pedro Adé (Alagón).
Matías Berrogai (Biota).
Casimiro Manuel Mainar, (Vistabella de Huerva).
El recuerdo de las víctimas y la reparación de su memoria nunca será suficiente. Actualmente, algunos colectivos continúan trabajando por encontrar cualquier información acerca del sufrimiento de tantos millones de personas.
Para obtener más información sobre los pasajeros del “Tren Fantasma”, se pueden consultar los siguientes enlaces:
http://www.lesdeportesdutrainfantome.org/index.htm
https://bibliotecadeladeportacion.blogspot.com/
http://www.amicaldachau.org/p/tren-fantasma.html
El documental La Resistencia del Tren Fantasma
y el libro de Christian Bernadac, El Tren de la Muerte, también son buenas
fuentes de información.
Entre los aragoneses que murieron figuraba Ramírez Arcas, de Boltaña
ResponderEliminarRamiro, no Ramírez
ResponderEliminar