Por Alberto Percal
Tras la ocupación militar de 1591, llegaron las consecuencias. Como ya vimos en un anterior Episodio, el rey
utilizó desde el primer momento argucias para invadir el Reino y para ello
dispuso del ejército castellano, extranjero.
Las compañías de Aragón, Catalunya
y Valencia que debían haberse integrado
en las filas del ejército para la supuesta
jornada a Francia que no llegó a producirse, no lo hicieron. El total del
ejército estuvo compuesto por castellanos. Una vez ocupada la ciudad se
distribuyeron por sectores. El ejército ocupó el Coso, la Plaza del Pilar, la
Madalena, la Plaza de la Diputación y la Seo, el Mercado y otras zonas de la
ciudad. Llegaron, por su abultado número, a instalarse en poblaciones cercanas.
Si estas tropas (unos 16.000) nos pueden parecen numerosas, en absoluto lo eran
al parecer de los ocupadores, ya que, ante el temor y ánimos de la enojada
población de Zaragoza, el 15 de noviembre de 1591, el Maestre de Campo General
D. Francisco de Bobadilla, pidió en Carta al Conde de Chinchón (Mayordomo de
Felipe II) que vinieran los Tercios de D. Francisco de Toledo y Gaspar de Sosa.
Pero nos llama la atención el enorme cariño que tenían a los aragoneses los
mandos y la corte castellana, ya que le recomendaba en la misma carta “asentar
este Reyno al de las leyes de Castilla” (1), si teníamos por cierto que en los Decretos de Nueva Planta del siglo XVIII se plasmaría tal hecho y conocíamos los planes del Conde-Duque de Olivares (en un
próximo Episodio), se ve que las diversas maneras de imponer lo castellano en
Aragón ya venían de lejos.
Con el paso de los meses
y las recomendaciones, se impuso la idea de mantener dentro del Reino fuerzas
de ocupación permanentes. Para ello, se derribaron castillos y casas fuertes, no
solo de los amotinados. El objetivo era impedir una defensa del Reino por
parte de los mismos aragoneses. Dentro de los planes destacan dos que
trataremos hoy. El primero será en Zaragoza, donde se planteó hacer un fuerte. Vamos a ver dos de las propuestas, la primera por inaudita y desconocida. Propuso el capitán del ejército Francisco de Miranda utilizar “el sitio de la capellanía de Amposta que
llaman San Juan de los Panetes”
y que tendría 5 baluartes haciendo punta al río, otro al Mercado,… Pero, para este plan, era necesario el derribo de casas importantes “y entre ellas la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar” (2).
La segunda propuesta sí sería la
opción que rubricaría el rey. Se trataba de la fortificación de La Aljafería. Hoy podemos ver
el foso que mandó construir y los cimientos de las 4 torres y glacis hacia la
ciudad. En el plan inicial, estimaba D. Francisco de Bobadilla “que no
podían ser menos de 1.000 los soldados” que residieran en el fuerte. El proyecto terminó no haciendo mucha fábrica para aligerar costes y que sirviera
de alojamiento a unos 200 soldados y colocar algunas piezas de artillería y “estar seguros de no recibir daño, de algún
tumulto como el pasado,… quisieran ofenderlos y esperar, si fuese necesario, el
socorro” (3) de Castilla. El coste de esta obra ascendió a 47.153 ducados.
En cuanto al resto del
territorio debemos centrar nuestra atención en las montañas del norte. El
Pirineo será base de operaciones de fortificación, destacando la Ciudadela de
Jaca. Para ello, marcó el rey el objetivo de la fábrica del Fuerte “que de este castillo se refresquen y muden los soldados de las
torres que se hacen, y sujete la ciudad
y lo de fuera”. La función de ocupación y vigilancia era clara: na base
para las fortificaciones de menos tamaño que se estaban haciendo y más
explícito si cabe. La función de los soldados era clara “el castellano que en él estuviere, se pueda… hacer respetar y temer y acudir a remediar las insolencias que, de
ordinario, se ven en estas montañas” (4).
Y para terminar el Episodio, nos podríamos
preguntar quiénes costearon todas estas obras y con qué ánimos los aragoneses
las venían haciendo. Como ejemplo, sirve la carta que remite Hernando de Acosta,
Gobernador de la Ciudadela, manifestando la oposición de los habitantes de Jaca, que habían contribuido a la financiación de la edificación de un “castillo que es contra ellos, y que antes
ayudarían de buena gana a derribarle”.
Para concluir, reconocería el mismo Bobadilla la función de ocupación que
albergaba la ciudadela, al reconocer que “ella
(Jaca) se quedaba con la carga”.
( (1)
Archivo Municipal de Zaragoza, Ms. 53,
fols.23, 23v. 24 y 24v.
( (2)
A.G.S. Guerra antigua. Leg. 349 nº182.
( (3)
Carta de Felipe II a D. Francisco de
Bobadilla, 7 de febrero de 1593.
( (4)
A.H.M.Z. Ms. 53, fol. 50 r, y ss.
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